Seguramente otras personas ya lo habían notado, pero era la
primera vez que yo, a mis casi siete décadas de tránsito por acá, veía algo por
el estilo.
Dicen que vivió mucho tiempo en esta cuadra; lo cierto es
que no tengo registro de eso. Para mí, contemplado a la distancia, pudo haberse
tratado del invento de algún personaje aburrido del barrio que se escapó de un
cuento del realismo mágico, incluso mío o del gato gordo que todavía obstruye
cada día a partir de las once de la mañana la luz que podría entrar por la
ventanita de la cocina.
La cuestión es que este hombre, de baja estatura y mucha
edad, dicen, tenía la misma mirada que tuvo cuando era niño. Tenía, sí. No,
por favor no vaya usted a confundirse: no hablo de ningún rasgo fisonómico. Si digo
que tenía la misma mirada que a los
cuatro o cinco años no me refiero a lo que puede devolver un espejo o captar
una cámara fotográfica de la época, sino a su propia capacidad de observar el
mundo.
Se hizo público cuando se enamoró y se desilusionó y nunca
más, dicen, se pudo enamorar.
Jamás conoció a alguien que pudiera despojarse de sus
adultos prejuicios y entregarse por completo a la lúdica actividad de
disfrutar. Murió solo, dicen, antes de ayer o hace casi una eternidad.
Joer, me ha llegado esto. Acabaré igual, estoy seguro.
ResponderEliminarBueno, pues como me ha llegado y llagado e incluso ganado, ahora te toca a ti sufrir un poco... ;]
A una mujer
No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón,
no hay que estar triste
si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo inmóvil,
ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo
-pero por qué nombrar el polvo y la ceniza.
Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga,
esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos,
y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía,
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón,
cómo corren las nubes al futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.
No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer
que se nace o se muere,
cuando lo único real es el hueco que queda en el papel,
el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.
Julio Cortázar.