Se levantó una ráfaga de viento dispuesta a hacer las
confesiones más dolorosas del otoño, esas que se instalan una vez al año como
las celebraciones transitivas de lo que desde casi todas las perspectivas se
denomina tiempo. De golpe, noventa y siete hojas amarillas volaron con
violencia por sobre mi cabeza, bordeándome el cuerpo cuidadosamente, sin intención
de hacerme cosquillas ni llorar. Una risa se burló de mí a una distancia que
solo podía oírla y, bien dirán por ahí, si no la hubiese oído, jamás habría
existido. ¿O sí? Esa pregunta suele aparecer nada más que con los sonidos,
discriminando a ese sentido de los demás: nadie se anima a poner en duda la existencia
de una persona en los momentos en que nadie la ve, la huele, la lame, la toca.
¿Y si grita? ¿Qué pasaría si en esa soledad en la que está inmersa se anima a
gritar porque nadie la ve, la huele, la lame, la toca? La expresión no llegaría
a destino, pero -decía
la melancólica, porteña y ucraniana poetisa Julia Prilutzky Farny- también podríamos ser el
mismo grito. Aunque ahora no logro recordar si eso era lo que decía ella o lo
que yo interpretaba de lo que decía, lo cual nos lleva al mismo punto de
partida: si nadie la hubiese leído, ¿qué habría sido su poesía? ¿Y la lluvia?
¿Existiría?
Esa tarde en que el otoño, las hojas y las confesiones, aprendí
que todo eso estaba en mí. Porque una monja me pasó por el costado derecho y
observó únicamente mis pies a la distancia que separaba su rostro del piso, con
eso le bastó para despreciarme sin decírmelo ni que yo la escuche. Me senté en
el cordón, acomodé la cara entre mis manos y escupí algunas lágrimas por los
ojos. No sentía vergüenza, sí lástima por un paisaje de ese gris que jamás se
parecerá a la mentira de la mezcla entre un blanco y un negro y sus extremos.
Un tipo se sentó al lado mío y me puso una campera. Sin agradecerle y
respetando el monotemático silencio, le dije mordiéndome los labios que no
había entendido nada. Sé que me interpretó, porque ni bien aparté la tela que
me cubría, me ayudó a soltarme el pelo, aunque para cuando empecé a sentirme
acompañada otra vez, ya otra persona andaba por ahí dudando de mi existencia.
lo que existe y lo que no, ¿estará en nuestros sentidos?
ResponderEliminarEl comienzo del texto es muy bello, me quedo pensando en las confesiones más dolorosas del invierno.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarY yo me quedo pensando: ¿Qué es lo que separa realmente a las personas?
ResponderEliminarMuy buen texto, como siempre
Mencantó. Me quedo pensando en casi todas las perspectivas que nombran al tiempo
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