Después de haber fantaseado -ella
y nadie sabe cuántas más-
con todo lo que haría si pudiera ser la mujer invisible diez horas -para qué podrían servirle
once o doce-;
cuando al fin probó el jarabe ácido que convirtió en transparente su carne, su
boca y su mirada -por
lógica también su piel y todo lo demás-,
únicamente pudo llorar y recordar que nunca pudo aprender a nadar.
¡Que genial!
ResponderEliminarBesos y salud