lunes, 15 de julio de 2013

Deber ser

Le dijeron que tenía que adelgazar, que debía aumentar el tamaño de sus pechos, que era necesario que se alisara el rostro tras despertar y tapara sus cabellos blancos cada veinte períodos iguales de veinticuatro horas. Que era prudente que siendo mujer midiera unos centímetros más de altura, por lo que tendría que pararse sobre tacos o plataformas -a elección- y caminar delicadamente con ellos, sin perder femineidad. Que su rostro no era tan perfecto –argumentaron que ningún rostro lo era- y que lo mejor era maquillarlo para resaltar determinados rasgos y ocultar lo que llamaban defectos. Que en algún momento iba a entender la existencia de palabras solo pronunciables por hombres, pero que había tiempo para eso. Que las damas tienen un comportamiento al que deben apegarse porque, si se mueven mucho, se les puede desabrochar el corpiño y provocar al sexo masculino, aunque también le aclararon que evite la palabra sexo. Que las mujeres deben evadir cualquier goce individual. Que no es propio que rían a carcajadas. Que no tienen que bailar como lo sienten, sino como se les impone. Que no se tienten a jugar a ningún juego que no las posicione en su rol familiar asignado, puesto que representa un gran peligro para el buen funcionamiento de la sociedad reproductiva. Que no pueden quejarse, ni luchar, ni organizarse. Que no deben descuidar a su marido. Que tras procrear -requisito obligatorio- solo pueden dedicarse a sus hijas y a sus hijos. Que es mejor que no lean. Que es mejor que no piensen. Que es mejor que no sueñen. Que es mejor que no sean.
Cuando fue grande descubrió que muchas mujeres desaparecían, como si las hubiera abducido un ovni o tragado la tierra: no le costó descubrir por qué.


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