sábado, 27 de abril de 2013

Shiohn


Se levantó una ráfaga de viento dispuesta a hacer las confesiones más dolorosas del otoño, esas que se instalan una vez al año como las celebraciones transitivas de lo que desde casi todas las perspectivas se denomina tiempo. De golpe, noventa y siete hojas amarillas volaron con violencia por sobre mi cabeza, bordeándome el cuerpo cuidadosamente, sin intención de hacerme cosquillas ni llorar. Una risa se burló de mí a una distancia que solo podía oírla y, bien dirán por ahí, si no la hubiese oído, jamás habría existido. ¿O sí? Esa pregunta suele aparecer nada más que con los sonidos, discriminando a ese sentido de los demás: nadie se anima a poner en duda la existencia de una persona en los momentos en que nadie la ve, la huele, la lame, la toca. ¿Y si grita? ¿Qué pasaría si en esa soledad en la que está inmersa se anima a gritar porque nadie la ve, la huele, la lame, la toca? La expresión no llegaría a destino, pero -decía la melancólica, porteña y ucraniana poetisa Julia Prilutzky Farny- también podríamos ser el mismo grito. Aunque ahora no logro recordar si eso era lo que decía ella o lo que yo interpretaba de lo que decía, lo cual nos lleva al mismo punto de partida: si nadie la hubiese leído, ¿qué habría sido su poesía? ¿Y la lluvia? ¿Existiría?
Esa tarde en que el otoño, las hojas y las confesiones, aprendí que todo eso estaba en mí. Porque una monja me pasó por el costado derecho y observó únicamente mis pies a la distancia que separaba su rostro del piso, con eso le bastó para despreciarme sin decírmelo ni que yo la escuche. Me senté en el cordón, acomodé la cara entre mis manos y escupí algunas lágrimas por los ojos. No sentía vergüenza, sí lástima por un paisaje de ese gris que jamás se parecerá a la mentira de la mezcla entre un blanco y un negro y sus extremos. Un tipo se sentó al lado mío y me puso una campera. Sin agradecerle y respetando el monotemático silencio, le dije mordiéndome los labios que no había entendido nada. Sé que me interpretó, porque ni bien aparté la tela que me cubría, me ayudó a soltarme el pelo, aunque para cuando empecé a sentirme acompañada otra vez, ya otra persona andaba por ahí dudando de mi existencia.

4 comentarios:

  1. lo que existe y lo que no, ¿estará en nuestros sentidos?

    El comienzo del texto es muy bello, me quedo pensando en las confesiones más dolorosas del invierno.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Y yo me quedo pensando: ¿Qué es lo que separa realmente a las personas?
    Muy buen texto, como siempre

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  4. Mencantó. Me quedo pensando en casi todas las perspectivas que nombran al tiempo

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