viernes, 12 de abril de 2013

La cortina celeste


El problema era la arruga en la cortina color celeste. Meses había pasado padeciendo esa desgracia, sin saber ni sospechar, masticando la bronca, el asco y la tristeza. Ya no dormía bien de noche, los últimos días ni siquiera cuando había sol. Con el primer crepúsculo de la semana –que a veces dudaba si ubicar en domingo o en lunes, así que alternaba- buscaba el pronóstico del tiempo para saber qué pasaría con el clima, pero rápidamente y aterrado bajaba hasta el horóscopo a ver qué le depararía el que no nombraba. El que no nombraba nunca aparecía mencionado gratamente; el horóscopo estaba ensañado en no decirle cuándo llegaría. Algunas veces se resignaba, otras estallaba en carcajadas de llanto. El gato siamés -cuyo nombre omitiré por cuestiones claras- había dejado de perder pelo, hasta que un día pereció y empezó a aparecerse en sus sueños de despierto escribiendo lo que él hubiese querido decir con la birome azul y el papel rayado. Cuestión que no podía dejar de mirarlo, sabía que era imperfecto. Como a todo buen cristiano, esa no perfección se le hacía insoportable, tenía que disimularla sin demasiado esfuerzo, como hacen las personas ricas cuando entran a una iglesia.  Diecisiete horas pasó visitando a una terapeuta de piernas largas y escote prominente, aunque con un pequeño defecto en el brazo, hasta que no pudo aguantar y le pagó extra para que fuera a tratarlo a su casa: bastó un solo encuentro. Porque cuando él le había dicho, a la psicóloga y a quienes no lo querían, que su forma de ver el mundo era muy lineal, no se refería solo a ese punto de fuga del que había partido al pintar el ventanal en el lienzo pálido, con la cortina color celeste y esa estúpida arruga que ya no lo dejaba en paz. Y cuando pidió que nadie fuera a pensar que el que no nombraba era el amor, también estaba  siendo sincero. Si algo había aprendido antes de que le crecieran tanto los pies, era que lo que no se menciona, no duele. Entonces seguiría en silencio, mientras el felino espichado escribía como Girondo y él pintaba los cuadros más feos del mundo.

2 comentarios:

  1. Morí de amor con la psicóloga sexy. El gato siamés me pareció horrible, como todos los siameses. Es todo lo que tengo que dcir

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